¡Una de insultos!
Estaba yo ayer prescribiéndole a una mujer que le pidiera a su hijo que la insultara.
Que le dijera, con toda seriedad y mostrando mucho interés, que sacara toda la rabia y le faltara al respeto. Al ver su reacción de sorpresa y su cara desencajada, pensé que sería bueno escribir éste artículo. Más que nada para remitirles aquí ante sus recurrentes dudas y no tener que explicar el porqué de tan extraño ejercicio una y otra vez, y por qué no me viene otra idea ¡oiga!
Uno de mis cometidos actuales como psicólogo familiar, es dar respuesta a la creciente demanda de muchos padres y madres ante las faltas de respeto, insultos y bajezas varias, que sus hijos les propinan al negarse a satisfacer sus impulsos o deseos, al darles una orden, o en casos más extremos, los que podríamos clasificar como el típico “¡cuando al niñ@ le da la real gana!”
Ante semejante alteración del orden y la ley, ante tan magna ofensa, los pobres padres, madres o responsables de las criaturas, acostumbran, sin mucho éxito, a pedirle amablemente al pequeñín@, o no tanto, que deje esa actitud, que ceda en su comportamiento o les amenazan con algún tipo de castigo, que muchas veces tampoco cumplen ya que el afectado, aún se muestra más enfadad@, iracund@ y descontraolad@… Momento en el cual, los adultos ceden.
Por lo tanto, optan por explicar lo feo de su proceder, aconsejar un cambio de actitud por todos los beneficios que le supondría o los más evolucionados, que extrañamente acostumbra a coincidir con los más leídos y académicamente cualificados, hacen disertaciones filosóficas sobre las posibles consecuencias negativas que tal comportamiento tendrá para su carácter… ¡y es que queda muy feo carajo! Pero ni por esas.
La situación de esos padres y madres hace que desesperados y sin mucha confianza acudan a buscar posibles soluciones o respuestas.
Vemos qué pasa, qué han intentado hacer para arreglarlo y si es el caso les digo: “si has intentado pararlo de forma lógica y no funciona, haz lo contrario: ¡pídele que te insulte!”
La idea del ejercicio no es la de picar a tu hijo para que te escupa barbaridades y así poder destornillarte en su cara como si se tratara de los trillados chistes del camarero y pasar un buen rato ante sus salidas de tono. No hace falta que pidas que te llamen “Mero” para poder hacer la de: “¡Una de Mero, dos de Febrero, tres de Marzo, cuatro de Abril!”, o peor aún, suplicar que te llamen “Pacharán” para poder responder descojonad@: “¡¡¡Paachaaraaaaan más de mil aañooosss, muuchooossss máasssssss!!!”. Esto no va de reírnos de él, de con actitud sarcástica “picarle” para que saque veneno por la boca y señalar y humillar su actitud… ¡nada más lejos! La técnica es mucho más sutil y lógica que todo esto. Quizás menos divertida, sí, pero para lo que nos ocupa mucho más eficaz. Eh aquí su intríngulis:
Los beneficios de insultar y faltar el respeto a tus superiores sea cual sea su papel en la vida, es la de subvertir la autoridad, disputar el poder y en éste caso a través de los insultos, entrar en una dinámica de “¡a ver quién puede más!”. Si me das una indicación y puedo negarme, la decisión es mía, el poder final lo ejerzo yo… y eso gusta.
Pero, ¿¿ qué pasa si ante tal diputa de poder, le pido al aspirante a golpista que haga lo que no quería que hiciera?? Que si cumple, me hace caso, con lo que no hay disputa de poder sino cumplimiento de una orden y por lo tanto, ¡pierde gracia! Y si no lo hace también ganamos, ya que por fin deja de hacer lo que tanto nos molestaba. Si además, lo hago con auténtico interés, con neutralidad y aplomo, como un científico observando por el microscopio: tomando notas, debatiendo sutilezas, intentando comprender… ¡EUREKA!
Porqué el niñ@ vive algo así: “¡¡Jooopeeee!! ¡Lo que antes hacía para romper el orden y la norma, pasa a ser acatar, las reacciones desencajadas e iracundas de mis superiores, pasan a ser de un interés casi periodístico para entender el porqué de tal comportamiento y así, poder ayudarme mejor! ¡Eso no moolaaaaa!!”
Con lo que se rompe el juego y el circulo vicioso, ya que si encima eso me trae consecuencias negativas y desagradables, sin ningún beneficio oculto… ya no tiene sentido y se extingue.
O sea que señores y señoras, en el próximo episodio de crisis faltona y explosión de chulería, pedidle a vuestro vástago un poco más de eso, una de: “¡capullo o de eres un inútil y un patán!”. Mostrad interés y pedidle fervientemente que siga sacando rabia y mal estar emocional por esa boquita, que ¡así os ayuda a haceros mejores padres y a entenderl@ mejor! A ver qué pasa…
Y si no os funciona, siempre os habrá servido para poneros al día en las últimas tendencias en lenguaje de barrio, os dará tablas y os hará costra… que a veces, falta nos hace.
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